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Ecuador: Bajo el pretexto de la seguridad, una deriva autoritaria que vulnera los derechos indígenas en el Paro Nacional


En el peaje de San Roque, provincia de Imbabura, dos hombres kichwas vieron cómo sus cabelleras –símbolo ancestral de identidad y conexión espiritual con la Pachamama– eran cortadas a tijeretazos por soldados ecuatorianos. El incidente, ocurrido durante un operativo militar en el marco del Paro Nacional convocado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), no es un hecho aislado, sino el reflejo de una escalada represiva que tiñe de racismo y arbitrariedad la respuesta del Gobierno de Daniel Noboa a las protestas sociales. Organizaciones indígenas y de derechos humanos denuncian no solo una agresión cultural, sino una vulneración sistemática que, amparada en la retórica del "combate al crimen organizado", otorga a policías y militares una patente de corso para actuar con impunidad.

El Paro Nacional, iniciado el 22 de septiembre y que este domingo cumple tres semanas, surgió como respuesta a las medidas económicas del Ejecutivo, como la eliminación del subsidio al diésel mediante el Decreto 126 y las "leyes de solidaridad" que, según la Conaie, agravan la pobreza rural y el despojo territorial. Lo que comenzó como una movilización pacífica por mejores condiciones de vida –contra el alza de combustibles, la minería ilegal y la criminalización de la protesta– ha derivado en un saldo alarmante: al menos 183 vulneraciones a derechos humanos documentadas hasta el 10 de octubre, incluyendo 85 detenciones arbitrarias, 92 heridos y una muerte confirmada. Amnistía Internacional ha alertado sobre un "deterioro en la protección de los derechos humanos", con uso excesivo de la fuerza y posibles ejecuciones extrajudiciales, en un contexto de militarización que recuerda los peores episodios de la historia ecuatoriana.

El racismo institucionalizado en las Fuerzas Armadas

El corte de cabello a los dos kichwas en San Roque, reportado por testimonios locales y difundido en redes sociales, trasciende lo simbólico: para las comunidades indígenas, el pelo largo es un vínculo con los ancestros y la resistencia cultural. "Es una agresión racista que deshumaniza al pueblo originario", afirma un comunicado de la Alianza de Organizaciones por los Derechos Humanos del Ecuador, que exige una investigación inmediata y sanciones a los responsables. Este acto no es aislado. En las últimas semanas, videos virales en X (antiguo Twitter) muestran escenas de humillación similar: soldados obligando a manifestantes indígenas a arrodillarse o recibiendo golpes con culatas de rifles en provincias como Imbabura y Cañar. Una publicación de la periodista Sybel Martínez, con miles de visualizaciones, captura a más de 20 agentes estatales agrediendo a una mujer indígena que intentaba auxiliar a un vecino herido: "Uso excesivo de la fuerza contra el pueblo desarmado", denuncia el clip.

La Conaie, liderada por Marlon Vargas, ha calificado estas acciones como "política de guerra" contra los pueblos ancestrales. En una asamblea en Chimborazo el 3 de octubre, Vargas advirtió: "Si el Gobierno no hace caso, nos tomaremos Quito. No podemos seguir aguantando esta represión sanguinaria". La organización reporta operativos militares en comunidades como Loma Gorda (Cajas) y El Tambo, donde tanquetas y soldados armados han irrumpido en territorios indígenas, dejando detenciones arbitrarias y mujeres de la tercera edad heridas.

La muerte de Efraín Fuerez: Un video que acorrala al Gobierno

El caso que más ha indignado a la opinión pública es el de Efraín Fuerez, un comunero de 46 años del pueblo kichwa de Cuicocha, asesinado el 28 de septiembre en la vía E35. La autopsia reveló que recibió un disparo por la espalda, incompatible con la versión oficial de un "enfrentamiento". Pero lo que ha encendido las protestas es un video difundido en redes, grabado por testigos: soldados bajan de vehículos tácticos Cobra II, patean el cadáver de Fuerez y agreden brutalmente a un amigo que intenta protegerlo con su cuerpo. El hombre, cubierto de sangre, es golpeado hasta quedar inconsciente, abrazado al cuerpo sin vida de su compañero.

La respuesta gubernamental ha sido un manual de negacionismo. La vocera presidencial, Carolina Jaramillo, culpó directamente a la "dirigencia indígena" por la muerte, sin mencionar una investigación. Más escandaloso aún, el ministro de Defensa, Gian Carlo Loffredo Rendón, cuestionó la autenticidad del video: "¿Habrá que ver si es real?". Human Rights Watch y la CIDH han exigido autopsias independientes y el fin de la impunidad, recordando que Ecuador está obligado por tratados internacionales a investigar estos abusos.

Este caso evoca precedentes como el de los "cuatro niños de Las Malvinas", en Guayaquil, diciembre de 2024. Cuatro menores afrodescendientes –dos de 12, 14 y 17 años, y un niño de 11– fueron detenidos por militares en un operativo antinarcóticos, desaparecidos y hallados ejecutados días después. La justicia ecuatoriana reconoció la desaparición forzada, imputando a 16 uniformados, pero el caso ilustra la deriva: la militarización, impulsada por Noboa desde enero de 2024 con el Decreto 111 de "conflicto armado interno", ha multiplicado los abusos contra civiles. Noboa, que ha declarado terroristas a bandas como Los Choneros y Los Lobos –aliados de cárteles mexicanos–, extiende ahora esta etiqueta a campesinos y indígenas, estigmatizándolos como "infiltrados" o "ponchos dorados" en un discurso que, según analistas, justifica la represión.

Impunidad bajo el manto del "conflicto armado"

La estrategia de Noboa –declarar un "conflicto armado interno" y extender estados de excepción– permite que violaciones queden en la sombra. "El Gobierno usa el pretexto del crimen organizado para dar carta blanca a las FFAA, pero son los campesinos quienes pagan el precio", explica Washington Andrade, abogado defensor de derechos indígenas. En X, un militar anónimo lamentaba el 1 de octubre: "Las FFAA tenemos la obligación de cumplir los derechos humanos", pero el excomandante Iván Vásconez fue removido por recordar a sus tropas actuar "con firmeza y humanidad".

Hasta el 11 de octubre, reportes en redes muestran represión en Bolívar y Cañar: comuneros waranka perseguidos en Larkaloma, o kañaris en El Tambo apaleados por patrullas apoyadas por civiles racistas. La Conaie denuncia "asedios militares en Huaycopungo" y exige derogar el Decreto 126, mientras Noboa promete más "leyes urgentes" económicas, ignorando el diálogo.

En un país donde el 25% de la población es indígena y el 60% vive en pobreza rural, esta escalada no solo cuestiona la democracia, sino la esencia de un Estado plurinacional. La CIDH y la ONU han instado a Quito a cesar la violencia y abrir investigaciones independientes. Si Noboa persiste en su deriva, el Paro podría no solo paralizar carreteras, sino erosionar los pilares de la Constitución de 2008. La historia de Ecuador, marcada por levantamientos indígenas victoriosos en 2019 y 2022, sugiere que la paciencia del pueblo tiene límites. Y cuando se rompe, ni tanquetas ni decretos bastan para contenerla.

 

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