El expresidente de Ecuador, exiliado en Bélgica, acusa a sus sucesores de hundir al país en la violencia y la decadencia, y de haber desmantelado las políticas de su década en el poder. Correa asegura que su “proyecto vital” es el desarrollo de su nación, no su futuro político personal.
En un diálogo desde el exilio, el expresidente de Ecuador, Rafael Correa (2007-2017), ha lanzado una crítica mordaz contra los Gobiernos que le sucedieron, afirmando que han conducido al país a un colapso en materia de seguridad e institucionalidad. En una entrevista con el periodista Jacobo García para su canal, el exmandatario se mostró contundente al calificar la situación actual como una “verdadera desgracia”, culpando directamente a la administración de Guillermo Lasso por la crisis.
“El gobierno de Lasso destrozó mi país”, sentenció Correa. El exmandatario comparó la situación de Ecuador en 2017 con la actual, destacando un dramático retroceso en los indicadores de seguridad. “Pasamos de ser el segundo país más seguro de América Latina a ser el quinto más violento, y mi ciudad, Guayaquil, está entre las 50 más violentas del mundo”, lamentó. Correa atribuyó esta crisis a la supuesta “decadencia total” de las instituciones, en particular la policía, tras la eliminación de pruebas de confianza y controles rigurosos implementados durante su mandato. “Los que nos cuidan también promueven el delito”, afirmó.
El expresidente no escatimó en acusaciones sobre lo que considera una persecución política en su contra. Con varias sentencias por corrupción a sus espaldas que le impiden regresar a Ecuador y participar en la política, Correa insiste en que su caso es un ejemplo de “lawfare” (guerra jurídica) y que “lo que tenemos no es estado de derecho, sino estado de barbarie”. Al ser consultado sobre el asalto a la Embajada de México en Quito para detener a su exvicepresidente, Jorge Glas, lo calificó de “demencial” y “sin precedente”, un acto que, según él, demuestra el nivel de irrespeto a las normas internacionales.
Sobre su futuro político, el exjefe de Estado se mostró ambivalente, aseverando que es “lo menos importante”. Aunque reconoció que su movimiento, el correísmo, sigue siendo una fuerza clave en la política ecuatoriana, enfatizó que su “proyecto vital” es ver a su país prosperar. “Debe ser la obsesión de todo político honesto”, declaró, diferenciándose de aquellos que, a su juicio, están obsesionados con ganar la siguiente elección.
Correa también reflexionó sobre el estado de la izquierda en América Latina, defendiendo la necesidad de una postura “auténtica” y “confrontacional”. “Si ganamos el poder para no cambiar nada, somos un fraude democrático”, advirtió. Sus palabras recalcan la visión de una izquierda que no teme enfrentarse a las élites y a la “violencia estructural” de la región. El exmandatario, que gobernó durante una década de bonanza petrolera y estabilidad política, mantiene una fuerte influencia en Ecuador, y sus declaraciones evidencian la profunda polarización que define el debate público del país andino.
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