Palora, 6 de septiembre de
2025
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La mesa legislativa de Soberanía Alimentaria escuchó los criterios de Etsa Jhon Wajai, representante de la Comunidad Ciudad Intercultural de Pueblos y Nacionalidades (CCIPNA), de la provincia de Pastaza, respecto al tratamiento unificado de las reformas a la Ley Orgánica de Tierras Rurales y Territorios Ancestrales. |
En
el corazón de la provincia de Pastaza, el sector de Te Zulay —una antigua
hacienda transformada en un asentamiento informal autodenominado "ciudad
intercultural de pueblos y nacionalidades"— representa no solo un
conflicto territorial crónico, sino un claro ejemplo de cómo el poder político
ecuatoriano instrumentaliza la desesperación humana para fines electorales. Lo
que comenzó como una invasión de tierras en 2010, alegando posesiones
ancestrales indígenas, ha evolucionado en un tugurio sin servicios básicos
regulados, donde la inseguridad reina y la autoridad estatal parece ceder
terreno a líderes locales como Jhon Wajai. Este autoproclamado gobernador no
solo defiende el derecho a la energía eléctrica —a pesar de conexiones
clandestinas—, sino que presume de otorgar "autorizaciones" a
empresas privadas para operar en el área, configurando un preocupante escenario
de un "estado dentro del estado". Pero detrás de esta fachada de
autonomía indígena, se esconde una trama de migración forzada, tráfico de tierras
y, sobre todo, manipulación política.
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Jhon Wajai respaldando a los Asambleístas de PK Fernando Nantipia, Jose Nango, Edmundo Cerda |
Los
habitantes de Te Zulay no son, en su mayoría, invasores por capricho. Muchos
son migrantes de comunidades selváticas remotas que abandonaron sus hogares en
busca de mejores oportunidades en las cercanías de Puyo y Shell. Atrás quedaron
las promesas de prosperidad; en su lugar, encontraron precariedad urbana, falta
de empleo y un sistema que los empuja a asentamientos irregulares. Otros, sin
embargo, son especuladores: traficantes de tierras que ya poseen lotes en zonas
aledañas pero ambicionan más, aprovechando la laxitud legal para revender
parcelas en este "territorio colectivo". Esta mezcla de necesidad
genuina y oportunismo ha convertido a Te Zulay en un polvorín social, con más
de 15 años de riñas, agresiones y hasta muertes por disputas territoriales,
como documentan reportes locales que lo describen como una "tierra de
nadie" sin control ni ley.
En
su reciente pronunciamiento, Wajai va más allá de reclamar derechos
constitucionales bajo el artículo 57 de la Carta Magna —que protege a pueblos
indígenas—. Afirma haber "dado acuerdos" para que prestadores de
internet como Pastaza TV, Britel, Briosanet y Spidy operen en la zona, y
menciona a la operadora de transporte terrestre Alpayán como beneficiaria de su
"jurisdicción". Aquí radica el peligro: ¿quién autoriza realmente
estas operaciones? En el caso de los servicios de internet, la Agencia de Regulación
y Control de las Telecomunicaciones (ARCOTEL) es la entidad estatal encargada
de otorgar títulos habilitantes y certificaciones para equipos inalámbricos y
de telecomunicaciones, con licencias que podrían abarcar toda la provincia. Sin
embargo, cualquier expansión informal sin coordinación estatal viola normativas
técnicas y de espectro radioeléctrico, exponiendo a los usuarios a servicios
precarios y potenciales riesgos de seguridad.
Más
grave aún es el transporte: la Agencia Nacional de Tránsito (ANT) regula las
rutas terrestres, exigiendo aprobaciones para operaciones interprovinciales o
locales, a menudo en coordinación con mancomunidades de tránsito. Que un líder
comunitario como Wajai pretenda "conceder" permisos sugiere una
usurpación de funciones estatales, fomentando un paralelismo institucional que
debilita la soberanía nacional. Esta dinámica no solo perpetúa la informalidad
—con conexiones eléctricas no pagadas desde 2015, pese a proyectos aprobados
por la Empresa Eléctrica y el municipio—, sino que crea dependencias que
políticos locales explotan sin escrúpulos.
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Gustavo Silva Alcalde de Mera comprometió obras para habitantes del Té Zulay en enero de 2025 |
Y
es aquí donde entra el juego electoral. Te Zulay, con su creciente población
—estimada en miles—, se ha convertido en un botín de votos decisivo para
elecciones en el cantón Mera. En procesos pasados, como las seccionales de
2023, el padrón de este sector ha influido en la elección del alcalde, con
candidatos haciendo "acercamientos" a los ocupantes para asegurar
lealtades. El Consejo Nacional Electoral (CNE) ha intervenido en ocasiones,
frenando cambios de domicilio ilegales que inflaban artificialmente el padrón electoral, pero la tentación persiste. Políticos de turno, desde alcaldes como
Gustavo Silva (quien en 2018 dialogó con autoridades sobre Te Zulay) hasta
figuras provinciales, prometen regularizaciones y servicios a cambio de apoyo,
sin abordar las raíces del problema: la migración rural-urbana descontrolada,
la pobreza en comunidades amazónicas y el tráfico de tierras que enriquece a
unos pocos.
Esta
explotación es cínica y perversa. En lugar de invertir en políticas integrales
—como programas de vivienda digna, empleo en origen o titulación legal de
tierras ancestrales genuinas—, los líderes políticos usan la vulnerabilidad de
estos migrantes como moneda de cambio. Organizaciones indígenas como la
CONFENAIE y la CONAIE han rechazado en el pasado a figuras como Wajai,
acusándolo de oportunismo en invasiones no ancestrales, mientras la Defensoría
del Pueblo ha mediado sin resultados concretos. El resultado: un ciclo de
promesas incumplidas que mantiene a Te Zulay en la marginalidad, beneficiando
solo a quienes buscan perpetuarse en el poder.
Es
hora de romper este pacto implícito. El Estado ecuatoriano debe reafirmar su
autoridad, regularizando asentamientos con equidad pero sin concesiones a la
informalidad. Y la sociedad civil, exigir que la política deje de lucrar con la
necesidad humana. De lo contrario, Te Zulay no será más que un símbolo de cómo,
en la Amazonía, los votos valen más que la dignidad.
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